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Writer's pictureCandela Review

Crónicas de un manifestante III

Carlos González Acosta


Juicio y Prisión en Valle Grande

Vamos camino al Tribunal. Después de nueve días encerrado se siente bien, y a la misma vez extraño, ver las calles por donde una vez caminé "libre". Nos llevan rumbo al Tribunal Municipal de Centro Habana. Z me dice que es buena señal: las condenas ahí, por ser un Tribunal Municipal, no son más de 3 años, cosa que totalmente desconozco.



foto de Reymel González Pozo


Llegamos y nos bajan, hay personas que nos observan, tenemos de nuevo toda la parafernalia de oficiales a nuestro alrededor, y el Teniente Coronel que nos reitera de nuevo que quiere disciplina y que no quiere que se dé ningún incidente aquí. Nos entran hacia un calabozo donde nos explican que tenemos que esperar que pronto vamos a ser llamados. Conversamos entre todos un poco, nos ponemos al día. Hay personas que andan con esperanzas de que serán absueltos con multas. Con todo lo anteriormente vivido en 100 y Aldabó, yo espero de todo. Nos llaman a cuatro de nosotros a la Sala del Tribunal. Mientras espero, me traen agua, tenía sed, es mi sexto día de huelga de hambre. Comienza la sesión, entra la Jueza, dos jueces legos, el Fiscal y la señora que escribe. El lugar del abogado está vacío. No tendremos defensa. Llaman a declarar a un Teniente Coronel de 100 y Aldabó que nunca vi y habla de forma general de los hechos del 11 de julio. Por orden nos llaman, empiezan con C, un señor mayor de 60 y pico de años, luego sigo yo, después siguen los jóvenes que son hermanos, uno primero y el otro después. Cuando me toca mi turno, me preguntan si quiero declarar y si voy a responder preguntas. Digo que sí. Narro brevemente como fueron los hechos hasta mi detención, y dejo claro que estaba dentro de una manifestación pacífica y para nada tenía que ver yo con hechos vándalicos y atentados contra la autoridad, que tenía conocimiento de que los hechos más violentos habían sido en Diez de Octubre, no en donde yo había estado. Ejercía mi derecho a manifestarme y a la libre expresión amparada por la Carta Universal de los Derechos Humanos de la que Cuba formaba parte y que entendía que Cuba era de todos, que todos no pensamos igual y que no hay motivo para que se castigue al que piense diferente. La Jueza era bien joven, me pregunta qué grité en la manifestación y le dije. Y me dijo que para nada se estaba incriminando al que piensa diferente. La señora escribe todo lo que digo.


Después el Fiscal empieza a hacerme preguntas sobre mi declaración, dice que por qué al ver los hechos me alejé solo media cuadra, que por qué no me fui. Para ellos estar cerca era convertirse en cómplice, aunque uno estuviera de forma pacífica. Lo cierto es que minutos antes de me detuvieran, ya yo estaba a punto de irme, pero no lo dejé del todo claro en el juicio. Después de eso llaman a Daniela, la instructora que me atendió en 100 y Aldabó. Ella habla de las puebas recogidas en la investigación, en las que cita los videos de mi celular en los que salgo dentro de la manifestación gritando y los carteles digitales hechos por mí, que muestran mi forma de pensar. La Jueza hace después una lectura de los expedientes de cada uno. En el mío hablan de mi buena conducta social y mis estudios realizados en arte. Después le dan la palabra al Fiscal para que haga su petición de sentencia a cada uno, él, que antes estaba sereno y tranquilo, ahora parece poseído y su discurso es de exaltación, apoyo a la Revolución, y criminalización de las protestas. Me dice que pide para mí la máxima sanción, porque aparte de no haberme ido cuando suceden los hechos violentos, tenía como antecedentes una "Alteración del orden" por haber estado el 27 de enero en los sucesos del Ministerio de Cultura, "que todos sabemos lo que pasó ese día en que los artistas se negaron a dialogar y eso devino en una provocación y en una campaña en contra de la Revolución", alega él. Tengo que mencionar que ese día yo traté de acceder al Ministerio y no me dejaron pasar. La policía tenía bloqueada la manzana. Me apresaron y estuve en una estación de policía por tres horas hasta que me soltaron con una multa de 30 pesos cubanos. Eso fue todo lo que pasó. Yo corrí con suerte ese día, los artistas y activistas que estaban ese día fueron golpeados, detenidos arbitrariamente, cacheados como criminales, interrogados, y sus teléfonos fueron reseteados. Después de que el Fiscal termina con cada uno, la jueza nos pregunta si queremos declarar algo más. Yo digo que sí. Trato de explicar lo del Ministerio y la jueza no me deja, me especifica que tenía que hablar sólo de los hechos del 11J. No digo más nada, es por gusto. Se marchan a deliberar.


Cuando regresan nos dan la sentencia: 10 meses de privación de libertad a mí y a los dos hermanos, 1 año de privación de libertad a C. Nos llevan de regreso a la celda del Tribunal. Hablamos con los otros, y salen los que todavía faltaban por celebrarles el juicio. Las sentencias oscilaban alrededor de los 10 meses la mayoría, había uno al que le echaron 8 meses, y a los que tenían antecedentes penales les echaron un año. Todos estamos muy encabronados por la injusticia. Aunque sean pocos meses, es estar en una cárcel, y no sabemos que nos pueda pasar. Uno de los hermanos, el mayor, se lamenta de haber convencido a su hermano menor a que lo acompañara a las protestas. Me acuerdo de ellos en Zanja, el mayor lo respetó por sus ideas políticas bien claras, su hermano menor se ve un joven tranquilo, afable, que no anda en nada malo. Regresan los que faltaban, entre ellos J y su padre. J no se despegaba de su padre desde que salimos de Aldabó, pude constatar el cariño que había entre ambos. Después de nueve días tenía su ojo morado todavía de la golpiza que le habían dado. No supe todos los detalles. Nos alegramos que fuera su papá (de crianza), de 75 de años, el único que soltaran para darle prisión domiciliar ese día, y todos lo felicitamos. Él lo abrazó y le dijo que no se preocupara, que él iba a estar bien, "que Dios le pone las pruebas más fuertes a sus mejores guerreros". Agregó que pensaría en él y en su familia a las 6 de la tarde todos los días, para que estuvieran conectados espiritualmente.


Terminado todo nos llevan a 100 y Aldabó a recoger nuestras pertenencias. Cuando llegamos nos hacen el test antígeno, después entregamos el uniforme para ponernos nuestra ropa y coger nuestras pertenencias para trasladarnos. Nos entregan todo, menos los celulares, que los familiares se encargarán de recoger. Uno de los hermanos, el menor, parece que lo van llevan para otro lugar. Nos esposan y nos montan en una guaguita que nos lleva a la prisión Valle Grande. Por el camino, hay uno de los muchachos que tiene ron entre sus pertenencias y a escondidas del guardia lo comparten entre todos. Soy el único que no toma por mi estado de inanición, los acompaño con agua. Llegamos a la prisión y nos llevan directo a la Barraca. Algunos de mis compañeros me insisten en que me desplantara, pues no tenía sentido ya, las condiciones ahí iban a ser buenas. El subdirector de la prisión, el Mayor Valle, nos da una charla de bienvenida y nos dice que estaremos 15 días en La Barraca y después nos mandaban para el Campamento (que era una especie de granja donde se trabaja en el campo, se hace trabajo forzado, etc). Que a la mañana siguiente íbamos a poder llamar a nuestros familiares para que les indicáramos las cosas que nos hacían falta y nos podrían enviar. Todo parece indicar que no vamos a estar junto a los presos comunes en el edificio. Después de la charla, nos toman la presión, los datos personales y la entrega de las pertenencias, el uniforme, dos sábanas y una toalla.

Nunca nos dan un nasobuco, usamos el que traíamos el día de las protestas. El director de la prisión, el Teniente Coronel Quintana, ya está presente. A mí me dejan para lo último porque digo que estoy plantado. Quintana me pregunta por las razones de la huelga, y le respondo. Me aconseja que coma, que eso no va a servir de nada, que eso es considerado una indisciplina. Me dice que de esos 10 meses, por buena conducta, me pueden dejar la condena en solo 5 meses. Que lo piense, que voy a afectar mi salud, y a hacer sufrir a mi familia.

La Barraca era como un albergue de escuela al campo. Todas las camas estaban alineadas una al lado de la otra, con el baño al final. Había muchas ventanas con buena ventilación. Llego, me acomodo en mi cama y ya le han servido el almuerzo a mis compañeros. Me preguntan si voy a almorzar y digo que no. Hablan conmigo de nuevo mis compañeros para convencerme de que coma, esta vez influenciados por Quintana, que habló con ellos. Capto enseguida y me niego rotundamente. Voy a darme un baño. Cuando estoy ya terminando, me avisan que Quintana quiere verme. Esta vez para precisarme que si no comía no podía estar ahí, tenía que mandarme a una celda de castigo. Me rehúso a comer. Recojo mis cosas y me despido de mis compañeros. Al tomar esta decisión, ya no podré llamar a mi familia.


Me llevan a la celda de castigo, que es una caseta alejada en el medio de todo eso. Era una celda pequeña con dos pequeñas placas fundidas de concreto como literas. No tenía luz, pero por la puerta, que no era herméticamente cerrada, entraba la iluminación del pasillo y del día. Tenía letrina y ducha. Para bañarme tenía que pedírselo al guardia pues la llave de la ducha estaba por fuera de la celda. Mi toalla, el jabón, el cepillo y la pasta dental también se quedaban afuera. Lo que hacía es que aprovechaba cuando el guardia pasaba durante el desayuno y llenaba mi pomo de agua, me cepillaba los dientes, me bañaba y lavaba el calzoncillo. Había calor en la celda, pero nunca como en 100 y Aldabó, los mosquitos que habían eran soportables. Por otro lado el estar solo me daba cierta tranquilidad para pensar y meditar, para estar conmigo mismo. Las condiciones para hacer la huelga eran complicadas, pues el guardia que atendía la celda no estaba para nada presente, en ocasiones para llamarlo los presos tenían que dar fuertes golpes en la puerta metálica para que viniera. Eso dificultaba la prontitud de una atención médica si me pasaba algo. No me dediqué a pensar mucho en eso, sino en tratar de resistir lo más que pudiera esos días. En las celdas contigua a la mía había más personas, entre ellas un opositor de Boyeros de nombre Manuel Santana Vega, acusado de desacato. Llevaba 11 meses preso esperando su juicio, y de esos, un mes en la celda de castigo porque no quiso ponerse el uniforme de preso común por ser preso político, dio tremendo bateo en el edificio y se plantó por unos días. Por él supe que en Valle Grande estaban el Gato de Cuba y los tres de Alamar, presos por dar sus opiniones contra el gobierno. En total habían 18 presos políticos sin contarnos a nosotros. Santana, miembro de la sociedad secreta religiosa abakuá, me dice que había hecho una manifestación pacífica contra el gobierno dentro de su casa, y vinieron a arrestarlo. Él me pregunta muy curioso, al igual que muchas personas que estaban ahí, sobre las manifestaciones del 11 de julio, y les hago el cuento. Al otro día de estar ahí, un oficial viene a buscarme para llevarme a pelar. Me ponen las esposas en las manos y en los pies, un tratamiento totalmente innecesario. Las esposas de los pies me dificultaban para caminar y me pelan el tobillo. Viene el barbero, me pela al cero y me quita la barba. Pensé que lo harían en Aldabó y nunca lo hicieron. Antes le había preguntado al oficial si podía quedarme con la barba bajita y se negó, diciéndome que así me veía mejor, que él también se pelaba así. Me acordé de los peloteros cubanos de la Serie Nacional, años atrás, que tampoco los dejaban usar barba, que tampoco eran dueños de sus cuerpos. Después de eso me llevan a ver al subdirector de la prisión, el Mayor Valle, y me da una charla en la que insiste nuevamente para que coma. Traen a una psicóloga que empieza a hacerme preguntas sobre mis motivos para hacer la huelga, sobre mi vida personal, para conformar un perfil psicológico. Me dice que "vamos a seguir viéndonos, tú pronto comerás". Me devuelven a mi celda, por el camino el oficial me pregunta si yo me había leído el código penal, le digo que no y me dice que eso de la manifestación iba en contra del código penal y que en Cuba se respetaban los derechos humanos. Lo miré, no dije nada, y pensé para mí que eso sólo lo puede decir una persona que no sabe qué son los derechos humanos.


Al rato traen un jolongo (un saco grande) con las cosas que mi familia me había enviado para poder pasar mis días en la prisión. La ponen frente a mi puerta. Al rato viene el oficial para saber si lo había revisado, le digo que no y me lo permite. Reviso el jolongo y me habían enviado dos termopacks con comida, una jaba de chicharritas, aseo, leche en polvo, azúcar, galletas, panes, confituras, un pomo de jugo de mango, un pomo de refresco de cola, una panetela, aceite, sal, mantequilla, un pedazo de queso, nasobucos, hojas de papel, bolígrafos, un libro de Martí y una nota escrita por mi sobrino de seis años que decía: "Tío, te quiero mucho". Cuando vi eso se me partió el corazón. Los oficiales me insisten para que me desplante y coma, que aproveche esa oportunidad y vaya con mis compañeros. Sin pensarlo mucho, me niego. Y me advierten que hay cosas que se pueden echar a perder, y que tome una decisión sobre lo que voy a hacer con ellas. Se las doy a ellos y se niegan, no pueden aceptarlo. Les digo que si puedo mandárselo a mis compañeros de La Barraca y me dicen que no. Y le pregunto si a los de aquí se los puedo dar y me dicen que sí. Entonces les doy los termopacks (que ni siquiera vi que tenían, porque si los veo se acaba mi séptimo día de huelga de hambre) a los presos de la celda de al lado mío. Le llevo la panetela y el pedazo de queso a Santana, las chicharritas al preso de al lado de él y a otros de la celda contigua le doy el pomo de jugo de mango. Cierro el jolongo. Me encierran y se llevan el saco para un lugar donde me lo guardarán. Por las mañanas pasaba casi siempre un doctor que me pesaba y me medía. La pesa estaba ahí mismo en la caseta, pero parecía no estar en buen estado. Tuve varias conversaciones con Quitana y con Valle donde me reiteraban que no iba a lograr nada con la huelga de hambre, que nadie me vendría a ver, nadie de la Fiscalía ni de ningún otro lugar, que estaba atentando contra mi salud y afectando a mi familia. Que ellos no tenían nada que ver con lo que había pasado anteriormente. Y me preguntan si era miembro de algún movimiento opositor. Yo les dije que no era miembro de ningún movimiento, que simplemente esta era la única arma, la única acción que tenía a mi disposición para manifestar mi descontento ante tanta injusticia, que ya no me importaba nada. Que me perdonaran, que no era nada personal contra ellos, que yo era consciente que no tenían nada que ver con nada de lo anterior, pero que ellos formaban parte de esa estructura. En otro momento me sacó de la celda Valle para persuadirme de que no había necesidad que yo estuviera en la celda de castigo bajo esas circunstancias tan difíciles, con calor y mosquitos, que fuera con mis compañeros que estaban riéndose, haciendo cuentos, viendo televisión, que fuera para que pudiera pintar. Me repite que con buena conducta esa sentencia se rebaja. Me habla de Orlando Zapata y cómo se murió por gusto, que ya nadie se acuerda de él, que a nadie le importa, que eso sólo sirvió para que la familia saliera del país. Escucho todo callado sin ceder en mi posición. Cada salida de la celda es un alivio porque cogía sol, pero al mismo tiempo se siente más la debilidad al caminar y el estar parado. Ya era imprescindible para mí salir con el pomo de agua a donde quiera que fuera. Por esos días, varios presos entran y salen de la celda de castigo. Pienso en mi madre, en mi familia, en mis amigos, en esta difícil prueba, para ellos, para mí, en cuando podré verlos y hasta cuándo podré resistir. Para levantarme tenía que hacerlo suave, porque

me daban mareos. Ya en el noveno día de huelga de hambre, y cuarto día de estar en Valle Grande, me llaman por la noche. Me dicen que lo recoja todo. Me parece que me van a trasladar a algún lado. Cuando llego, hay dos oficiales que me preguntan mi nombre y les pregunto para dónde voy, parece ser que a 100 y Aldabó de nuevo. Viene una persona de la Fiscalía a preguntarme si voy a apelar. Le digo que no, que dadas las circunstancias de mi juicio no tengo fe ni creo en la justicia del sistema judicial cubano, me pide que lo manifieste por escrito, lo hago y lo firmo. En eso escucho a Quintana hablando por teléfono diciendo: "que no lo pueden soltar, que él está plantado, y si los de aquí se enteran es una candela. Entiéndeme a mí, analicen eso, que después se me planta toda esa gente aquí." Me quedo frío escuchando eso. Veo que los oficiales se marchan con otro preso. Quintana viene hasta donde esto yo y me dice: " Escúchame bien. Mañana vienen tu mamá y una funcionaria de Cultura a hablar contigo. ¡Escucha bien lo que te van a decir! ¿Ok?" Le digo que está bien, pensando para mis adentros que qué será todo eso. Me lleno de esperanzas por la llamada que escuché. Puede haber una oportunidad de poder salir. Me regresan a la celda. Esa noche no pude dormir casi, nada más por el desespero que llegara el otro día. Pienso en montones de variantes de estrategias que puedan usar contra mí, refresco de todo eso y dejo de pensar, será lo que Dios quiera.


En mi décimo día de huelga de hambre, ya avanzada la mañana me buscan, me esposan y me llevan a un edificio donde están mi hermano, mi mamá, la psicóloga, otro oficial, el Teniente Coronel Quintana y el Mayor Valle. Me quitan las esposas y entro a una sala, siento tremenda alegría al ver a mi madre y a mi hermano. Mi mamá se veía preocupada, la miro a los ojos para decirle que estoy bien. La conversación que tenemos a continuación es una especie de careo donde informan a mi familia de mi estado por estar en huelga de hambre y para que yo supiera que ya mi familia estaba gestionando la apelación de mi caso. Primeramente, para que a través del convencimiento de mi familia yo terminara la huelga, pues mi hermano me dice que consiguió un buen abogado que me va a defender y que le hacía falta que yo estuviera bien para estar en comunicación con él. Y para poder recibir o hacer llamadas, debía terminar la huelga. Y tendría que estar bien de salud para cuando se realizara la apelación, que no iba a ser pronto. Debía, pues, tomar una decisión. Mi mamá trata de presionarme para ello, mi hermano, más persuasivo, me dice que respeta lo que vaya a hacer, pero que no deje de considerar lo que me ha dicho. Quintana describe el estado de mi celda, las conversaciones y el trato diferenciado con respecto a otros tipos de reo. Habla de cómo evitó que me llevaran a 100 y Aldabó para ver si yo recapacitaba, eso realmente no lo puedo corroborar porque cuando me llamaron iban sin mis pertenencias. La psicóloga y la oficial también hablan y dan sus criterios sobre la necesidad de poner fin a la inanición. Le dirijo unas palabras de fuerza hacia mi mamá para que pueda vencer esta prueba. Le menciono que todavía no puedo decirle nada, que lo voy a pensar y que voy a esperar a ver qué tiene que decirme la funcionaria de Cultura. Mi hermano me pregunta par de veces si había hablado con una periodista, le digo que no. Según él, al oír eso a los oficiales les cambia el rostro. Por mi mamá me entero del apoyo sobre todo en Internet, de todos mis familiares, amigos y desconocidos, hacia mi caso . Me dice: "no te puedes imaginar el millón de gente que se ha preocupado por ti, ha sido muy grande!!!!! Me alegra saber esa noticia, me regocija. Sabía en el fondo que mis amigos no me abandonarían, pero siempre es complicado, dadas las circunstancias y el miedo que sienten las personas. Me despido de mi mamá y de mi hermano, me ponen las esposas y me regresan a la celda. Empiezo a pensar en todo lo ocurrido para tomar una decisión.


Escojo desde lo más profundo de mi corazón no parar la huelga de hambre hasta unos días más, para ver si puedo hacer presión con respecto a la apelación, no fuera a ser que esta se fuera a demorar. Por lo menos probar esa opción. Renuncio a la comunicación con mi abogado, pues dependía de que yo dejara la huelga. Ya se verá cómo y cuándo me podré ver con él. Sólo me queda esperar por el encuentro con la funcionaria de Cultura. Era sábado por la tarde y todo pintaba a que no iba a ver a nadie. En eso vienen a buscarme, una vez más me llevan al mismo edificio, pero esta vez a otra oficina. Allí están Quintana, Valle y la funcionaria de Cultura. Nos saludamos, me parece conocida. Me dice que trabajó en el Instituto Superior de Arte, que me conoce y que ha visto mi obra. Me nombra artistas amigos que se han acercado a ella preocupados por mí. Me empieza a preguntar por qué no comía. Le explico mis razones. Ella insiste en que eso va en contra de mi salud, y que ella está haciendo todo lo posible, desde lo institucional, para viabilizar mi caso, pero que le hace falta que yo pare con la huelga. Me disculpo con ella y le expreso que decidí, después de pensarlo mucho, que voy a seguir. Se me queda mirando un rato. Me dice que ella está diariamente en comunicación con mi mamá y que no le puedo hacer eso a ella, a mi familia. Me acuerdo de que cuando vino mi hermano y mi madre no le mandé saludos a mi cuñada y a mi sobrino, y le digo que si me puede hacer el favor de mandarle un beso a mi cuñada y a mi sobrino, y decirle a este último "que ando con Walter Kaka fajado contra los tiburones". Me afirma que le va a dar mi recado. Me cuestiona que no hay necesidad de fajarse con ningún tiburón, le respondo que eso es simplemente una historia inventada que yo le hacía a él. Ella me sigue insistiendo para que lo piense y le digo que sí, pero que no le prometo nada. Se acaba el encuentro y me regresan para mi celda. El día no salió tal cual había pensado, las expectativas eran poder irme y no sucedió, todo giró únicamente alrededor de que abandonara la huelga de hambre. Me empieza a doler un poco la cabeza, me siento caliente. El estrés parece pasarme factura, y me entra la duda de no poder resistir más días. Tomo agua y me acuesto. La tarde avanza hacia casi la noche y me llaman para decirme que lo recoja todo. Pienso una vez que me van a trasladar hacia otra prisión, quizá 100 y Aldabó. Ando con el jolongo con todas mis cosas sin poderlo cargar por la escasez de fuerza. El oficial me ayuda. Llegamos una vez más al mismo edificio, a otra oficina, entro y está Quintana con varios oficiales, entre ellos la capitana jefa de Daniel, que me extiende una hoja. Quintana me explica que ponga mi nombre y mi firma, que se me ha puesto como medida cautelar prisión domiciliar hasta la apelación. Mi sorpresa es inmensa, no lo puedo creer. Voy a ser libre. Me voy para mi casa. Entra la funcionaria de Cultura que al parecer no se había ido. Ella al parecer es la mediadora y la responsable de todo eso. Se quedan con mi carnet y me entregan un pequeño papel que tiene puesto la medida y que tiene mi nombre y que firma el Teniente Coronel Quintana. Entrego el uniforme y me pongo mi ropa. Bajamos del edificio y nos montamos en el carro de la funcionaria que me va a llevar hasta mi casa. Ya es de noche, y vamos a buscar a otro artista que también van a sacar de la Prisión Jóvenes del Cotorro. Antes, ella se encarga de avisarle a mi mamá por teléfono de que voy en camino y estalla de alegría. Se monta por fin el artista, y por el camino conversamos de arte, mientras miro las calles, los lugares que dejamos atrás. Me resulta increíble el estar libre. Vamos rumbo a mi casa.

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