Oscar Sánchez
El que vea en mí una amenaza de la NASA
es porque la caca le llega a las pestañas, nene.
Mírame bien, analiza quién soy:
un perro flaco con una guitarra y una voz,
un joven miserable cubano,
que no es nieto ni sobrino de nadie en Consejo Estado.
Mis padres, pobrecitos, casi no cuentan,
por mucho que trabajan nunca tienen un centavo,
mi hermana es la que va a Venezuela a cada rato
y, gracias a eso, ¡uh!, escapamos.
Sé que soy recalcitrante y reiterativo,
de un tiempo para acá siempre hablo de lo mismo,
también sé que estoy parado en un abismo
y si intentan empujarme grito: «¡Ah!».
Y no importa que grites porque estás en el aire,
y lo único que te queda es desguabinarte,
y darte con la realidad –esa sí que es dura–,
es traumático el momento en que se rompe tu burbuja.
Trabajas como un mulo, honestamente, y no avanzas,
llegaste a los treinta y no tienes casa,
lo piensas seriamente para armar una familia,
«¡¿sí?!, ¿pero tu país no era una maravilla?».
El que vea en mí una amenaza de la NASA
es porque la caca le llega a las pestañas, nene.
—¡Quiero entrar en esa habitación donde distribuyen las clarias! Yo también quiero mi filetón. ¡Sí! ¡Dámelo!
—¡Pues no! Te vas a quedar afuera por sincero; además, cuando tuviste chance sacaste jaba pa' llevarle a tu vecino, a tu prima, a tu hermana, y a todo, todo, todo el que por ahí pasaba.
—¿Pero la igualdad social no era lo que predicabas?
—¡No, ridículo! ¡Eso era fachada!
—No te enojes, que es un chico… Él no entiende nada.
—Ahora mismo vas a coger por ahí pa' lla', por esa guardarraya, y aquí no vas a venir más nunca, a mí no me pidas nada. ¡Ah!, y te aconsejas: de este asuntico, ni una palabra, ni una palabra, ni una palabra mala.
El que vea en mí una amenaza de la NASA
es porque la caca le llega a las pestañas, nene.
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